Para Svetan Todorov los regímenes totalitarios del siglo XX han revelado la existencia de un peligro antes insospechado en otros procesos de supresión de la memoria: “han sistematizado su apropiación de la memoria y han aspirado a controlarla hasta en sus rincones más recónditos.” (Todorov, 2000: 12) Las huellas de los hechos son suprimidas o transformadas y aparecen relatos (e imágenes) destinados a construir su propia versión de la realidad, donde mentiras y silencios apuntan a legitimar lecturas unívocas y sesgadas. En este sentido es fundamental considerar que la memoria, en tanto narración (presente) sobre el pasado, abarca diferentes modalidades de construcción, que a la vez involucran y ponen de manifiesto luchas de apropiación del sentido.
Asimismo, la cuestión de la memoria implica pensar en los usos de la memoria. Para Todorov la memoria no se opone en absoluto al olvido. El restablecimiento integral del pasado es imposible, por lo que la memoria siempre es una selección. “Conservar sin elegir no es una tarea de la memoria.” (Todorov, 2000: 16) Por eso parte del reclamo por la memoria tiene que ver con el hecho de que ningún grupo se pueda arrogar el derecho de controlar la selección de los elementos que deben ser conservados. Por otra parte, señala Todorov que “Todos tienen derecho a recuperar su pasado, pero no hay razón para erigir un culto a la memoria; sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estéril. Una vez restablecido el pasado, la pregunta debe ser: ¿para qué puede servir, y con qué fin?” (Todorov, 2000: 33)
Beatriz Sarlo coincide con que el restablecimiento integral del pasado es imposible. “Llegado de no se sabe dónde, el recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario, obliga a una persecución, ya que nunca está completo.” (Sarlo, 2005: 9)
Por su parte Hugo Vezzetti también hace referencia a la dificultad de una recuperación completa del recuerdo:
Frente a una idea de memoria como representación reproductiva, que insiste en la consigna de “no olvidar” como si el recuerdo fuera límpido y transparente, me interesa resaltar también los límites y las zonas opacas en la significación de ese pasado. No hay ni memoria plena ni olvido logrado, sino más bien diversas formaciones que suponen un compromiso de la memoria y el olvido; y es preciso reconocer que la memoria social también produce clichés y lugares comunes, es decir, sus propias formas de olvido. (…) Y es claro que no se trata de un registro pacífico: la memoria es plenamente histórica y está sometida al conflicto y a las luchas de sentido. (Vezzetti, 2003: 33)
Para Beatriz Sarlo el deber de mantener viva y operante esa experiencia de recuperación crítica comenzó a referirse a algo que no era la simple preservación de todo lo sucedido en su materialidad borrosa, sino que requería una elaboración. Para Sarlo es preciso poder pensar el pasado, elaborarlo, construir una distancia analítica respecto de los hechos. (Sarlo, 2005: 26)
Para Diana Taylor también la memoria es un fenómeno del presente. Desde su punto de vista, la memoria es una puesta en escena actual de un evento que tiene sus raíces en el pasado. En este sentido, en la performance se produciría la transmisión de la memoria colectiva. Allí se produce un espacio privilegiado para el entendimiento del trauma y de la memoria. Para Taylor el trauma y sus efectos pos-traumáticos, siguen manifestándose corporalmente mucho después de que haya pasado el golpe original. El trauma regresa y se repite en forma de comportamientos y experiencias involuntarias. Aunque la perfor- mance no es una (re)acción involuntaria, lo que comparte con el trauma es que también se caracteriza como lo reiterado. Por esta razón es que Taylor afirma que la performance (al igual que la memoria y que el trauma) es siempre una experiencia en el presente, dado que opera en ambos sentidos: como un transmisor de la memoria traumática y a la vez su re-escenificación.